La pandemia de coronavirus ha supuesto sin duda un duro golpe para la mayoría de los países del planeta, pero cada vez más voces apuestan por ver esta crisis como una oportunidad para cambiar nuestra forma de relacionarnos con el medio ambiente y hacer frente a la amenaza existencial que supone el cambio climático.
Fuente: El Agora.com
Reconstruir la economía desde la sostenibilidad se ha convertido en uno de los grandes mantras políticos y sociales de nuestro tiempo. La pandemia de coronavirus ha supuesto sin duda un duro golpe para la mayoría de los países del planeta, pero cada vez más voces apuestan por ver esta crisis como una oportunidad para cambiar nuestra forma de relacionarnos con el medio ambiente y hacer frente a la amenaza existencial que supone el cambio climático.
Hay un punto que suele pasar desapercibido cuando se habla de transición ecológica: las infraestructuras. Aunque sean parte esencial de nuestra vida, nadie piensa en el enorme rol que pueden jugar en nuestro trabajo de adaptación y mitigación del cambio climático. Sobre todo, si se empiezan a complementar las construcciones “grises” habituales, ya sean carreteras, puertos o aeropuertos, con las denominadas infraestructuras verdes.
En cualquier caso, y aunque el concepto de infraestructuras verdes puede parecer nuevo, hay pocas cosas más atemporales. Las riberas de los ríos, las tierras en barbecho o incluso los bosques, son infraestructuras verdes naturales, que sirven como sumideros de carbono, reservas de biodiversidad y ayudan a mejorar la seguridad hídrica. Pero el gran reto está en integrarlas dentro de nuestras ciudades, nuestras carreteras, nuestros puertos y toda estructura humana que pueda ser una barrera para la naturaleza. Y el agua es un buen punto de partida.
Actualmente, las infraestructuras verdes abarcan una gran variedad de prácticas de gestión del agua, como techos verdes, plantaciones al borde de las carreteras, jardines infiltrantes y otras medidas que capturan, filtran y controlan el agua tormenta. Al hacerlo, se mejora la calidad y cantidad del agua y se reduce la cantidad de inundaciones, además de limitar la escorrentía contaminada que puede llegar desde las alcantarillas a arroyos, ríos, lagos y océanos.
Pero son un estupendo complemento por el que se debería hacer una apuesta decidida, ya que mejoran la calidad y cantidad de los suministros de agua locales y proporciona una miríada de beneficios ambientales, económicos y sanitarios, muy a menudo en áreas urbanas carentes de naturaleza.
Los beneficios de las infraestructuras verdes
El agua de lluvia, sobre todo en las grandes ciudades, puede ser un regalo envenenado. Y es que cuando las gotas de agua atraviesan las zonas de polución que envuelven nuestras urbes o rebotan contra el suelo sucio, se contaminan con elementos que van desde metales pesados o productos químicos tóxicos, pasando por pesticidas y fertilizantes para el pasto e incluso virus o bacterias de las heces animales. Además, la prevalencia de suelos pavimentados impermeables incrementa el volumen de agua escurrido y la generación de inundaciones, ya que la tierra no absorbe apenas líquido y todo tiene que ser gestionado por el sistema de alcantarillado.
Las infraestructuras verdes pueden ser una solución a ambos problemas. Por un lado, previenen la escorrentía al capturar la lluvia donde cae, lo que le permite filtrarse hacia la tierra, donde puede reponer los suministros de agua subterránea o regresar a la atmósfera a través de la evapotranspiración. Además, mejoran la calidad del agua al disminuir la cantidad de lluvia que llega a los drenajes. Por otra parte, eliminan los contaminantes del agua que escurre, gracias a procesos naturales como la adsorción, la filtración, la absorción o la descomposición orgánica.
Incluso, las infraestructuras verdes mitigan el impacto de las inundaciones, cada vez más frecuentes como consecuencia del cambio climático. A través de sistemas de drenaje naturales como un bosque urbano, se puede retener el agua de lluvia durante episodios de alta intensidad y, posteriormente, derivar ese caudal a la red de drenaje o las PTARs para su reutilización.
En este punto, los jardines infiltrantes, humedales y otras formas de infraestructura sostenible ayudan a mejorar la calidad del aire y reducen la temperatura media gracias a la vegetación, que absorbe contaminantes como el dióxido de carbono (CO2) y ayudan a reducir la temperatura del aire a través de la evaporación y la evapotranspiración.
Además, las infraestructuras verdes salen baratas. La cantidad de inversión que se necesita suele ser menor que en la llamada infraestructura gris, ya que plantar un jardín inundable para que ayude al drenaje de una ciudad cuesta menos que construir drenajes profundos. Incluso cuando es algo más cara, la infraestructura verde sigue representando una buena apuesta a largo plazo.
Los jardines infiltrantes o pluviales son otra de esas infraestructuras que ya están en muchas ciudades aunque no nos fijemos en ellos. Se encuentran en todo tipo de zonas urbanas, desde medianas hasta pequeños patios pasando por aceras y suelen consistir en una porción de tierra no pavimentada en la que hay arbustos nativos, plantas perennes y otros tipos de vegetación de bajo mantenimiento. Pero no hay que dejarse engañar por su aspecto simple e incluso desaliñado: diseñados para atrapar y absorber la escorrentía de techos, aceras y calles, los jardines pluviales ayudan a recargar los acuíferos subterráneos, proporcionan un hábitat para la vida silvestre y pueden embellecer una calle o un patio.
Por eso, ya sea a través de infraestructuras urbanas como los tejados verdes o de soluciones más tradicionales como la de plantar kilómetros de bosque, la prioridad es la de restaurar la vital conexión que existe entre vegetación, agua y ciudades para poder hacer frente al cambio climático al mismo tiempo que mejoramos la calidad de vida de la mayoría de la población.