México por su posición geográfica, entre dos océanos y en la línea de los grandes desiertos, está sometido al grave riesgo de eventos climáticos extremos: huracanes, ciclones tropicales, sequías, incremento del nivel del mar, etc. Todas estas modificaciones entrelazadas traen a su vez un efecto que no se nota de forma inmediata, pero que es más profundo y dramático, la modificación del ciclo del agua
Por: Sebastián Serrano
Fuente: Revista Cambio
El lunes 19 de noviembre cayó una mega tormenta en Arabia Saudita que dejó las impresionantes imágenes de las arenas del desierto trasformadas en lodazales y los camellos nadando en los ríos de agua. A finales de octubre, vimos en México los destrozos generados en Nayarit y Sinaloa con el paso del huracán Willa. También hemos recibido las imágenes de los incendios cada vez más devastadores e incontrolables en California, contrastadas con las inundaciones y destrozos que el huracán Florence dejó en su paso por el este de los Estados Unidos.
En julio una ola de calor que se expandió por el hemisferio norte llevó a que los termómetros alcanzar más de 30° centígrados en la gélida Siberia, y en toda Europa se extendieron las alarmas, con incendios demoledores en Grecia y Suecia. Además el 16 de octubre, por segundo año entró un huracán a Europa: Leslie pasó dejando un rastro de destrozos por Portugal, España y Francia, en donde en una noche llovió lo que suele caer en 4 meses (180 litros por m2). Para terminar, quince días después vimos como una subida del nivel del mar dejó el 75% de Venecia bajo el agua. Asia no se quedó a atrás, en Japón en julio, una serie de lluvias torrenciales rompieron todos los registros y dejaron 209 muertos. En agosto, una tormenta inundó varias aldeas en el sur de la India y un Tifón arrasó Filipinas destruyendo los cultivos de arroz, principal alimento del país.
Sin lugar a duda, este año el cambio climático ha demostrado con todo su poder devastador que es evidente, real y que sus efectos están rebasando todos los pronósticos científicos. Lo peor es que es absolutamente impredecible y sus consecuencias son más duraderas y devastadoras. En México los daños causados por desastres naturales se han triplicado entre el año 2000 y el 2014, los fallecimientos pasaron a un promedio anual de 186, pero las pérdidas materiales alcanzaron 2,147 millones de dólares, según información de Protección Civil.
Los datos y cifras demuestran que el cambio climático representa el gran reto que tenemos en el presente como humanidad. Si tomamos la lista de los derechos humanos, podremos darnos cuenta de la vulnerabilidad en la que vivimos hoy en día. Empecemos por el principal, el derecho a la vida: según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los desastres naturales relacionados con el clima han causado en promedio más 60,000 muertes al año. Sigue otro básico, la integridad y seguridad personales: en la última década, las tormentas e inundaciones han generado un desplazamiento mundial de 21 millones de personas al año (las población de la zona metropolitana de la Ciudad de México), según un reporte de organización internacional de análisis de datos Centro de Monitoreo de Desplazamiento Interno. Y la lista sigue, se están perdiendo cultivos enteros ante los cambios extremos del clima, arriesgando el derecho a alimentación. Cada vez hay más riesgo a la salud por pandemias, ni hablar de las sequías y el peligro de escases de agua de calidad. Por otra parte, los costos se amplían año con año, en la última década se han representado pérdidas récord en todo el planeta superan los $340.000 millones de dólares, según la aseguradora Munich Re.
El gran riesgo de romper el equilibrio
Tuve la oportunidad de hablar con Natalia Lever, Directora Regional de Climate Realiy Project, el movimiento fundado por Al Gore para informar a la sociedad de lo que significa el cambio climático y de cómo podemos evitar que sus efectos sigan empeorando. Para ella, sin lugar a duda, el cambio climático está modificando nuestras dinámicas sociales, políticas y económicas. Vivimos en un planeta que estaba regido por un clima estable, lo que permitió que desarrolláramos la agricultura, que nos estableciéramos en ciudades y lográramos avances tecnológicos. Sin embargo, las condiciones en las que vivimos están cambiando y esto pone en riesgo nuestra prosperidad en muchos sentidos. Lo estamos viviendo, las condiciones no son las mismas que hace 10 años, me explica Natalia.
Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), los últimos cuatro años han sido los más calientes de la historia, y el año 2018 está en camino de engrosar la lista consecutiva. Sin embargo, hemos hecho poco o nada por revertirlo, la concentración de CO2 en la atmósfera sigue incrementando y como van las cosas, los efectos del cambio climático serán cada vez más difíciles de controlar, con un mayor impacto en las vidas humanas y los recursos económicos.
México por su posición geográfica, entre dos océanos y en la línea de los grandes desiertos, está sometido al grave riesgo de eventos climáticos extremos: huracanes, ciclones tropicales, sequías, incremento del nivel del mar, etc. Todas estas modificaciones entrelazadas traen a su vez un efecto que no se nota de forma inmediata, pero que es más profundo y dramático, la modificación del ciclo del agua. Incluso sus consecuencias pueden ser confusas y contradictorias como: lluvias más intensas y sequías extremas.
En gran parte México depende de los huracanes para recibir las lluvias, que son las que mantienen las temporadas agrícolas y recargan nuestras reservas subterráneas de agua. Pero la humedad en la atmósfera y el aumento de evaporación en los océanos están generando huracanes más potentes y devastadores y lluvias más intensas que caen en menos tiempo. Por otra parte, al aumentar las temperaturas y la evaporación, los suelos se secan más y retienen menos humedad, generando desertificación en los terrenos y la pérdida de cosecha que esto trae. Y las lluvias torrenciales incrementan estos efectos, ya que al caer con mayor intensidad y violencia, afectan las cosechas y arrastran los nutrientes del suelo. Esto es notablemente arriesgado para México, un país que depende de la agricultura de temporal para su seguridad alimentaria y de la lluvia que cae en estas estaciones cada vez menos certeras.
Todos podemos actuar
México es reconocido en el ámbito internacional como líder en la implementación de acuerdos para frenar la crisis climática. Fue uno de los primeros países en firmar el Acuerdo de París, a partir del cual se comprometió a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en un 25% para el 2030. Además, en 2012 publicó la Ley General de Cambo Climático y un año después la Estrategia Nacional sobre este tema.
Le comento a Natalia que todo esto suena muy bien, pero cómo se traduce en acciones con resultados concretos. “Tenemos que involúcranos más en vida pública, no podemos esperar que todo lo haga el gobierno. Necesitamos como sociedad, estar informados y conocer más. No es trivial. Debemos exigir con nuestro voto y con nuestras decisiones de compra”, me responde. Y agrega que entre más sumemos podremos exigir revisar los planes, así como metas y resultados. “Además debemos desarrollar acciones colectivas, ya que las individuales no son suficientes. Necesitamos generar un movimiento social que nos conduzca hacia una transición energética y económica general. Así es como históricamente se han gestado los grandes cambios”.
Natalia me dice que la transición hacia la energía limpia está dando un salto muy importante, casi tan grande como en la aplicación de la telefonía celular que menos de una década pasó de ser un artículo de lujo a un producto indispensable. Es uno de esos mercados que ha crecido más rápido, en donde los costos se han reducido de manera asombrosa y la tecnología es cada vez más eficiente. Por ejemplo, en la energía solar, los precios de las celdas y baterías son cada vez más accesibles y competitivos. También se han desarrollado más los carros eléctricos y la movilidad limpia en general.
En México las energías renovables representaron poco más del 15% de la generación eléctrica en el 2016. El 80% de la electricidad generada en el país aún depende de los combustibles fósiles. Los gobiernos no están tomando decisiones para generar soluciones, basadas en eficiencia, ahorro y menos contaminación. Natalia señala que hay mucho dinero detrás de los apoyos políticos de las empresas petroleras y del carbón, cifras más grandes de las que podemos imaginarnos. “No hay otra razón para tomar este tipo de decisiones. Por eso es fundamental exigir a los gobiernos transparentar el mercado, porque si se estuviera realmente regido por la lógica del mejor precio y mayor rentabilidad, sin subsidios ni apoyos, lo más lógico es que la principal energía fuera la solar y eólica. Tiene mucho más sentido económico, social y ambiental”. Quitar subsidio a los combustibles fósiles, sigue siendo un tema complejo, porque si no está bien aplicado, como lo hemos visto, termina pegando en el bolsillo del consumidor y de su canasta básica, es un tema en el que se deben aplicar esquemas innovadores para asegurar que sea financieramente viable.
Por eso también es muy importante la función que juega el sector privado en esta ecuación. Las industrias, los bancos, los comercios también se tienen que involucrar. Natalia considera se deben promover a nivel regulatorio los incentivos financieros y fiscales, deducciones para los no contaminantes e incentivos para la investigación e inversión en la implementación de nuevas tecnologías. “Las soluciones no están trabajando en un tramo parejo, porque muchas veces las externalidades no están contabilizadas. Donde está el precio de la contaminación, ese precio lo está pagando alguien, no lo está pagando el que está produciendo ni el que está comprando el producto. Ahí vuelve a jugar un factor importante nuestra decisión de compra”. Para que esto funcione se deben aplicar los mecanismos para asegurar que sea más rentable cambiar y contaminar menos, como los bonos verdes y de carbono.
Los segundos del reloj del fin avanzan más rápido
Para Natalia en estos últimos años la sociedad está un poco más preocupada, cada año vemos los efectos más latentes y la gente lo vive más de cerca. En 2006, Al Gore impactó con Una verdad incómoda, porque sacó el tema de la academia para que la opinión pública mundial lo conociera y comprendiera. Con esa iniciativa, se formó Climate Reality Project, movimiento compuesto por líderes que saben de economía, política, ciencia, y que se están acercando para que el tema llegue a más personas e incidir en empresas y tomadores de decisiones.
“A todos nos debe interesar. Si respiras, comes, tomas agua, te tiene que interesar esto. Es el legado que le estamos dejando a las generaciones futuras”. Me dice Natalia y agrega que es fundamental que se incremente el compromiso internacional y hacer todo el esfuerzo para que se cumpla la meta de que la temperatura no pase de los 1.5 grados centígrados. Lo mínimo es que los países que firmaron el acuerdo de París, implementen y cumplan las metas a las que se comprometieron. Pero se requiere una mayor voluntad política para implementar las soluciones de forma rápida y eficiente, el desarrollo tecnológico ya está disponible.
Natalia me dice que a nivel personal, se dedica a esta tarea porque comprende que, en un futuro cercano, nuestra calidad de vida va a empeorar notablemente si no hacemos algo por revertirlo. “Mi ideal es ver una sociedad que valora a las personas, no por su dinero o lo que tiene. Estamos llegando a puntos extremos de contaminación y peligro porque hemos olvidado esto y le damos más valor a las cosas que a los otros”. Para ella es fundamental realizar un cambio de modelo y de prioridades, en donde volvamos a recordar lo esencial: amar a la tierra, a nosotros mismos, a los otros, que volvamos a disfrutar de la vida. Tenemos lo valores invertidos es fundamental cambiar la visión y la forma de hacer las cosas. El cambio climático está mostrando con todo su poder que no es una ocurrencia de 300 científicos apocalípticos, si no una realidad de la que somos responsables y a la cual le vamos a tener que hacer frente en los años por venir, con toda la imaginación y resolución que suelen sacar los seres humanos ante las situaciones extremas.